Siempre que hice mi carta, al hombre gordo corporativo conocido comercialmente como Santa Claus, tenía como referencia al cuate de todos los niños, Chabelo.
No todo lo que pedía me era entregado, sin embargo, nunca me sentí decepcionado. No me sentía mal por un juguete que nunca pedí pero del que eternamente me sentí atraído o hipnotizado.
Los playmobil, aquellos juguetes con los cuales nos comparamos en las fiestas cuando sostenemos un vaso lleno de cerveza o cualquier bebida alcohólica. Esos juguetes eran mi delirio, tenía todo un mundo de posibilidades listo para lo que sea.
Circos, granjas, naves espaciales, estudios de televisión, carreras. Todo era posible en mundo de playmobil. Era tradición cada 25 de diciembre, cada mañana cuando despertaba a mis desvelados padres por la llegada de hombre del gran sobrepeso.
Mi niñez fue entorno a esos juguetes tan simples pero a la vez complejos en su conformación de juego. Tardes enteras, mañanas de vacaciones, veranos ociosos o cualquier momento en el cual necesitara de un entretenimiento alejado de la caja idiota, las salidas en el coto o los juegos de Nintendo.
Desde que tengo memoria, tengo un playmobil; siempre han estado conmigo y les guardo un gran cariño. Me acuerdo muy bien cuando iba a la Colonial a ver los juguetes, observaba con detenimiento ese mundo infinito de escenarios, ese mar de posibilidades y de momentos gratos.
Si tuviera hijos, y los playmobil existieran, estaría seguro de que ese sería su primer regalo.
2 comentarios:
como no...los playmobil!!! yo tenia un par porque eran carisimos, me encantaban
Aquí todavía son muy populares y hay muchísimos modelos que yo jamás conocí. Todavía no se los puedo comprar a la gordis, pero me hacen ojitos. Los legionarios romanos están padrísimos, así como los dinosaurios...
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