Son difíciles los recuerdos o las reuniones, momentos de gran emoción y poca proyección. Ayer, estuve reunido con aquellos compañeros o, más bien, aquellos amigos con los que conviví hace mucho cuando fue un estudiante regular.
Generalmente, se platica lo necesario, simples y llanas anécdotas que causan risa, momentos de ridículo irracional, emociones encontradas y viejos amores platónicos e imposibles. Recuerdos, recuerdos en los cuales recibimos un aliento de vida que nos dice “estamos por buen camino”.
Quizás deserté de esa carrera, quizás ya no pude ser lo que me pedían, ahora soy algo más de lo que pienso, más allá de mis expectativas soy un profesor que ama su profesión. Pero lejos de cursilerías y discursos motivacionales innecesarios, debo mencionar la historia de una de las 30 (que ahora son 31) canciones indispensables. Aquellas que marcaron un antes y un después, que pudieron llegar al azar o por mero regalo.
En esas épocas de estudiante, presencié a Silvio Rodríguez, marcó mis ideales y mis mejores momentos. Entiendo que es una cuestión polémica, sin embargo a mi no me importa, me quedo con lo que pienso.
Hubo una vez un amor fallido, que otorgó una pauta musical que hoy día no cambia. Gracias a mi querida amiga lo encontré. Siendo estudiante de la facultad, fui al concierto de la filarmónica de Cuba dirigida por Brouwer con invitado especial.
Silvio, quien era más que un invitado, fue el pretexto de un regreso muchas veces pedido. Años, muchos años fueron los de su ausencia y terminaron con aquel maravilloso concierto; en la explanada de la Expo Guadalajara justo cuando se tenía una Feria Internacional de Libro con Cuba a la cabeza.
Lejos de ser un largo concierto, un puñado de su repertorio fue suficiente para enardecer a un público insaciable. Fue entonces cuando Silvio Rodríguez pidió piedad a ese público devorador e inquieto. Finalizó, en una ovación interminable, con “te doy una canción.
Una guerrilla, un disparo, buscando el misterio del amor, en conclusión, esa fue la pieza musical que me atrapó y forjó un ideal. En otras palabras, el inicio de muy buenos recuerdos.