Antes que el avión o el autobús, existía el tren; trasporte elegante digno de un buen inicio de viaje. El destino siempre fue Ciudad de México, partíamos en la noche desde Guadalajara y arribábamos en la mañana a nuestro destino.
El Pullman tenía todo, carro comedor que ofrecía comida y cena, cama, baño propio (es decir tu propio camarote) y una vista inigualable del trayecto (a pesar de que era de noche).
Viajé desde los cinco años y creo que pude hacerlo hasta los siete, cada verano o pretexto familiar ahí estábamos en el Pullman listos y dispuestos a un buen viaje. De las cosas que me acuerdo bien, fue del carro comedor en el que podías compartir mesa con cualquier persona, pedías lo que mejor te venía en gana, además de que dormías en una confortable cama pues una vez que terminabas tu cena llegabas y los asientos se convertían en cama o camas.
Ahí llegué encontrar tíos que viajaban al mismo tiempo, cocineros que se incendiaban en la cocina, luciérnagas muchas pero muchas luciérnagas, tormentas lejanas, un sonido arrullador y una experiencia tremenda nunca comparable.
Nunca comparable, porque sustituimos el Pullman por el avión, la magia que personalizaba cada viaje no era lo mismo pues en una noche gozabas del mejor de los tratos y te sentías en el hotel más lujoso imaginado. El avión es un triste viaje de 45 minutos con poca y mala comida además no es elegante como el viejo tren.
El pullman desapareció, y con él los sueños ferrocarrileros mexicanos; ahora lo que tenemos por este lado del mapa es el “borrachera exprés”. El glorioso Pullman desapareció para dejar un recuerdo excepcional.
!Vaaaamonoooooooo¡
2 comentarios:
a mi ya no me tocó la generación de los trenes, a mi madre si, y asegura qué fueron viajes divertidos.
un comentario corto pues estoy en clase y no puedo pasarmela viendo el estuche los 50 minutos
saludos
Aiko
Los mejores viajes diría yo.
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